
Tres Clases de Fe
Llevo semanas dándole vueltas a cuál podía ser el contenido del próximo artículo en este blog. No es que haya estado inactivo. Sigo orando y compartiendo mi fe aquí en Barcelona. En busca de inspiración decidí volver a leer un clásico sobre el Evangelismo: Cómo Compartir Tu Fe, de Paul Little y me alegro mucho de haberlo hecho. En este artículo resumiré un concepto sobre el que Little escribe en su primer capítulo: la importancia de testimoniar a Jesús desde una fe personal vital. Little propone tres clases de fe que vamos a considerar a continuación.
Fe = Adoctrinamiento
La primera clase de fe es una fe cognoscitiva o conceptual que se hereda del ambiente en el cual uno se cría y se mueve. Es una fe que se basa en aprenderse de memoria las respuestas que se esperan de nosotros en la escuela dominical. Es la fe que nos permite conocer y dominar un cierto argot de nuestra tradición eclesiástica. Y es la fe que nos ayuda a aprendernos de memoria la letra de muchos himnos de adoración. La fe de adoctrinamiento puede recitar Juan 3:16 y quizás incluso en varios idiomas. Pero si es solo eso, una fe de contenido doctrinal puede que no sea la fe más convincente en el campo evangelístico. Lo que es más, con la del adoctrinamiento podemos incluso caer en la actitud del fariseo de Lucas 18 y orar: “Señor, ¡gracias que no soy como otros que son ignorantes de la Biblia y de la sana doctrina”.
Fe = Conformidad
La segunda clase de fe añade un elemento más: una conducta ‘correcta’. El problema con esta segunda clase de fe es cuando esperamos que esta transformación moral suceda por ósmosis ambiental. Es una fe que acata las normas conductivas que se espera de un adherente de una determinada tradición eclesiástica, pero la conducta que produce se debe más a presión grupal que a las convicciones de uno o a un corazón renovado. Se trata de una clase de fe que hace lo bueno y evita hacer lo malo, al menos cuando nos observan otros miembros de nuestra tribu. Little comenta: “Cuando las personas con una fe de conformidad se encuentran en situaciones donde están solas y son libres de decidir qué van a hacer, se quitan la fe como quien se quita un impermeable”. Incluso es posible que parte de la cultura eclesiástica de la fe de conformidad incluya evangelizar. Pero la fe de conformidad contemplará tal actividad, en las palabras de Dallas Willard, ‘como un ejercicio de incordiar a las personas’ y no como hablar de un Jesús que ha marcado toda la diferencia del mundo en nuestras vidas (1 Pedro 2:9).
Fe = Compromiso
La tercera clase de fe reconoce que ser cristiano es más que mero asentimiento intelectual a los fundamentos del cristianismo. Según Santiago 2:19, el diablo tiene una fe algo ‘ortodoxa’ y, en cierto sentido, consecuente ya que le hace temblar. La fe de compromiso no es cambiante ni camaleónica, florece tanto si el entorno acompaña como si no. Es una fe que más que claudicar ante las influencias externas, las resiste, las supera y las transforma. Una pregunta diagnóstica que nos podemos hacer para saber qué clase de fe tenemos es: ¿cuándo fue la última vez que hicimos algo o dejamos de hacerlo simplemente por amor a Jesús? Una fe vital es la que experimenta la gracia salvadora de Jesús a diario. Esta tercera clase de fe no suele dejar a ningún interlocutor indiferente.
Francesc el vigilante
Recientemente escuché un podcast sobre el segundo argumento de Santo Tomás de Aquino a favor de la existencia de Dios (argumento de la primera causa). Así que decidí usarlo con un vigilante con el que me puse hablar hace pocos días a la entrada de una iglesia en Barcelona. Al final de la conversación me dijo algo así: “No han sido tanto tus palabras, sino la manera en que me las has dicho que me llegado”. ¿Entonces estudiar la apologética no sirve de nada? ¡No! Debemos estar preparados para dar defensa de la fe (1 Pedro 3:15). Pero a nuestro interlocutor no le importará cuánto sabemos hasta que sepa cuánto nos importa. Tener una fe vital viene de sabernos profundamente amados y aceptados por Jesús. Cultivar nuestra amistad con él produce una fe que obra por el amor, y el amor es el mejor argumento apologético.
Escrito por Rev. Stephen Phillips, Iglesia Buen Pastor Barcelona (IERE)
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Excelente.