
El Hábito Sí Puede Hacer al Evangelista
Me gustaría tomar un momento para reflexionar sobre dos experiencias recientes que me han dado mucho en qué pensar: una que me fue relatada y otra que viví personalmente. Comenzaré con la que escuché de un miembro de mi parroquia, quien recientemente viajó a Londres para un tiempo de retiro espiritual, así como para ayudar a un sacerdote parroquial con los oficios de Semana Santa. Su amigo sacerdote vestido con alzacuellos lo llevó a un vecindario mayoritariamente de otra confesión religiosa no cristiana. Lo que presenciaron solo se puede explicar en términos de dos reinos enfrentados: las caras de los transeúntes se transformaron visiblemente con expresiones de animosidad y más que uno escupió en el suelo en aparente desprecio.
¿Y qué tiene esto que ver esta anécdota con la evangelización?, podrías preguntarte. Nosotros, los seguidores de Jesús, no somos signo de que el mundo está bien como está, ni de que toda la humanidad forma una gran hermandad unida. Como María antes que nosotros, somos signo de contradicción, y es más coherente con la física del Reino de Dios que nuestra presencia y los símbolos cristianos provoquen antagonismo en lugar de simple curiosidad o indiferencia.
Querido lector, seamos muy claros: hay dos reinos que están en conflicto. Yo no digo que no haya momentos para la co-beligerancia, el hacer frente común para luchar a favor de causas de justicia social. Lo que sí quiero reivindicar es que nuestros prójimos no creyentes no necesitan que se les proclame el Evangelio de la paternidad universal de Dios y la hermandad universal del hombre, sino el mensaje de que Jesús ha muerto por nuestros pecados y resucitado para que tengamos vida nueva, y que Él es el Señor.
En una nota un poco menos sombría, me gustaría compartir una experiencia bastante distinta que viví mientras llevaba mi camisa y cuello clerical caminando por las calles de Málaga durante la Semana Santa. Estaba allí el Viernes Santo con dos de mis hijos y algunos amigos, y entramos a una Cofradía para ver los tronos. Un hombre entabló conversación conmigo, asumiendo que era un sacerdote católico romano. Pude percibir su hambre espiritual. Me confesó con franqueza que no estaba seguro de que los acontecimientos representados durante la Pasión realmente sucedieron en la historia. Pero lo que sí tenía claro era la culpa que sentía si alguna semana no rendía homenaje a su santo favorito. Esta conversación me dio una buena oportunidad para compartir el Evangelio, utilizando la Parábola del Hijo Pródigo. Le expliqué que Dios no es como una máquina en la que metemos una moneda para recibir buen karma, sino un Padre amoroso que anhela ver a sus hijos perdidos en su auto-destierro volver a casa.
Es cierto que es más fácil sentirse motivado a llevar una cruz o el alzacuellos cuando pensamos en la segunda historia que en la primera. Pero en ambos casos, tanto la cruz como el cuello clerical señalan nuestro papel como signo de contradicción. ¡La humanidad no está bien tal como está! Hombres y mujeres necesitan un encuentro personal con Jesús, el Dios encarnado, que vino a vencer el pecado, la muerte y el infierno. Y nosotros somos sus testigos, llamados a invitar a hombres y mujeres a poner su fe en Él. Así que, si eres sacerdote o diácono, ¡cobra ánimo y no temas ponerte el uniforme; y si no lo eres, cómprate una cruz y úsala. Tales símbolos podrían provocar una conversación hoy que puede marcar una diferencia eterna en la vida de alguien (1 Pedro 3:15).
Escrito por Rev. Stephen Phillips, Iglesia Buen Pastor Barcelona (IERE)
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Comentarios
Muy inspirativo tu artículo, Steve! Gracias de corazón!!